Nuestros smartphones son como cajas de Pandora, repletas de aplicaciones, cada una con su propia promesa, cada una con su propio atractivo. Redes sociales, banca en línea, entretenimiento y relacionadas con tareas y grupos de trabajo. Hay herramientas digitales prácticamente para todo. Algunas son gratuitas y otras, solo cuestan una pequeña mensualidad. Este muy humano placer de acumulación empieza a tener un impacto serio en las finanzas personales y, en los más de los casos, no nos hemos dado cuenta.
La otra parte de la historia ocurre en nuestras computadoras. Al convertirse el software en un servicio, terminó la penosa necesidad de estar buscando actualizaciones, pues cada aplicación está programada para hacerlo apenas surge una nueva versión o se corrige un bug. Así, que en un abrir y cerrar de ojos, una aplicación en nuestra computadora pasa de la versión 5.3.11 a la 7.4.16. No son versículos bíblicos, pero bien podrían ser apocalípticos para tu cartera.
El modelo “as a service”, si bien nos evita correr a una tienda de software a comprar una actualización (alguno aquí no sabrá de qué hablo), nos genera una descarga recurrente de fondos de nuestras tarjetas.
Nuevamente, no parece mucho, pero los invito a que revisen sus gastos fijos en aplicaciones. Todas, tanto en sus teléfonos como en sus computadoras. Tanto aquellas que usan para trabajar como las que son mero entretenimiento. Y no estoy considerando los gastos de compras que hacen (casi de manera impulsivas) en tiendas o plataformas de merchandising. Pero si no los pone ansiosos, también súmenlas.
Más cómodo y ¿más costoso?
El modelo «as a service«, ha transformado la manera en que consumimos software. Ya no compramos una licencia única para una versión específica de un programa; en cambio, pagamos una tarifa mensual o anual por el acceso continuo y las actualizaciones automáticas. Este cambio en la dinámica de pago ha tenido un impacto significativo en cómo manejamos nuestras finanzas personales, y la magnitud de este impacto a menudo pasa desapercibida.
Se ha escrito mucho respecto a que la proliferación de modelos «as a service» ha llevado a un aumento en los gastos mensuales relacionados con aplicaciones y software. Aunque en apariencia es más barato pagar el servicio que poseer el producto, la facilidad de acceso y el valor añadido de las actualizaciones continuas han atraído a los usuarios hacia estos modelos, quienes regularmente no lo notan, pero las tarifas recurrentes pueden acumularse rápidamente, generando un gasto que podría no ser evidente hasta que se examine minuciosamente el estado de cuenta bancario.
En el caso de los teléfonos, los datos varían, pero un usuario promedio puede tener alrededor de 80 aplicaciones en su dispositivo. Si consideramos que algunas de estas aplicaciones funcionan bajo algún modelo de pago, ya sea por contenido, por servicios, por compras dentro de la aplicación; podríamos hablar de gastos mensuales desorbitantes.
Y no olvidemos las aplicaciones en nuestras computadoras. Los servicios de suscripción que cubren software de diseño, productividad y colaboración están al alza. Las empresas de software están aprovechando cada vez más este modelo para mantener a los usuarios conectados y actualizados; en algunos casos, desconectarse puede resultar muy costoso. Tal es el caso del almacenamiento en la nube, sea Dropbox, Pcloud, iCloud o Google Drive; no importa cuál pagues. En el momento que dejes de pagar… ¡puff!, tu información se esfuma. Podrías perder todo lo que hayas almacenado.
Según Forbes, el tamaño del mercado global del modelo de suscripción en comercio electrónico superará 900 mil millones de dólares en 2026. Esta cifra es estratosférica si consideramos que en 2022 se registró un valor de mercado de alrededor de 120 mil millones de dólares.
No importa cuál sea el modelo, la economía digital y los alcances de la banca electrónica, han dado en el clavo con una sociedad que consume casi compulsivamente a través del mágico portal de la pantalla de cristal.
Mi estado de Cuenta
El reflejo de este hábito de consumo digital está en nuestros estados de cuenta. Pensando en este tema, me puse a hacer un recuento de lo que tenía registrado en mis egresos y, grosso modo, esto es lo que encontré: En plataformas de suscripción, pago religiosamente (cargados automáticamente en algunas de mis tarjetas) Netflix, Spotify, Adobe Creative Cloud, Microsoft 365 y (sí a veces lo necesito, sobre todo lo usé luego de hacer este ejercicio financiero) Headspace.
Otras aplicaciones, en las que realizo pagos pero dentro de la app, que me encontré son Candy Crush Saga,Clash Royale y Cooking Fever. Pero siguiendo con los juegos, está Minecraft, Among Us, Call of Duty y Fortnite (estos sí son indispensables).
Más allá de los juegos, pero hay aplicaciones en las que los cargos son por servicios, y de estas hay bastantes gastos; ente ellas están Uber, Airbnb, Rappi y Gymondo. Otros son los que catalogo como ocio, y ahí destacaría YouTube Premium, Kindle Unlimited y Audible.
Tengo MyFitnessPal, lo que considero de salud, pero de este tipo aún no he explorado mucho. Es posible que en algunos años sean varias de éstas las que cargue en mis dispositivos.
Appsfilos anónimos
Hasta donde sé, aún no existe ninguno, pero no suena descabellado que la ansiedad causada por las aplicaciones pronto detone la creación de grupos de autoayuda. Unos para controlar la necesidad de atención a los dispositivos y a los mensajes o alertas de las aplicaciones y otros para controlar las compras impulsivas.
Mientras surgen (si hay uno por ahí avísenme, no es que lo estoy necesitando, sino para enriquecer este artículo), creo que vale la pena tomar de manera consciente y permanente acciones que nos ayuden a no descarrilar nuestras finanzas con la infinidad de aplicaciones disponibles.
Lo primero, sin duda, es hacer un inventario. Revisar lo que estamos pagando y hacer una lista de gastos por separado. Conozco algunos amigos muy ordenados en sus finanzas personales que ya lo hacen y saben exactamente cuánto gastan en productos y servicios digitales o derivados de aplicaciones.
De ahí, el paso siguiente es hacer un presupuesto y eliminar aquello que no nos sirva para no exceder dicho estimado de gastos. Sé que es difícil, pero tenemos que decidir cuánto gastar cada mes en este rubro.
De ahí que sea importante comenzar a dar prioridad a aquellas apps por las que realmente debería pagar. Algunas (en mi caso debo reconocer que varios juegos encajan en el descarte) de las aplicaciones que guardamos y por las que pagamos, en realidad dejaron de ser relevantes o les dedicamos cada vez menos tiempo, por lo que bien podríamos vivir sin ellas. Si una suscripción no está contribuyendo significativamente a nuestras vidas, cancelarla es una opción.
Muchas veces con las pruebas gratuitas basta para saber lo que una aplicación en realidad nos puede aportar o bien, podríamos encontrar alternativas que, sin costo, nos brinden lo que realmente ocupamos.
Definitivamente, esto es un tema de disciplina, tenemos que revisar periódicamente lo que estamos pagando y cuidar que no se nos salga de la bolsa designada para estos gastos.
La enorme cantidad de aplicaciones que utilizamos poco a poco se convierte en un dolor de cabeza financiero. Aunque puede ser tentador adquirir una aplicación nueva o una suscripción «premium«, estamos ya en la etapa de definición de necesidades financieras y metas a largo plazo. Estos modelos de longtail para empresas de tecnología, se están convirtiendo en boquetes en la economía personal. Te reto a que hagas el ejercicio y me digas cuánto gastas en aplicaciones y en compras a través de ellas cada mes. Si lo haces… envíame un mensaje, ¡tal vez sea tiempo de hacer un grupo de apoyo!