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Simpatía por el Diablo: Entre lo legal y lo innovador

La encontré. Una versión rarísima de «Sympathy for the Devil» del concierto de Rolling Stones en Los Angeles ofrecido en el Memorial Coliseum en 1990, como parte de la gira Steel Wheels/Urban Jungle Tour. Me colgué a un enlace T3, y comencé la transferencia. Mientras la barra de descargas avanzaba hacia el deseado 100%, me fui a servir un café. Al regresar, ya estaba ahí, lista para sonar en el MP3 Player de mi computadora. La versión en vivo, registrada en un casette por algún buen samaritano en una grabadora portátil, estaba ya haciendo vibrar mis tímpanos, casi una década después.

La llegada de Napster a finales de la década de 1990 significó un parteaguas en la historia de la música digital al ofrecer a los usuarios una plataforma novedosa para compartir archivos de música de manera gratuita. Sin embargo, detrás de su propuesta innovadora, se arrellanó un dilema ético y legal que generó un intenso debate en la industria del entretenimiento, particularmente, para las grandes disqueras, que tal vez todavía no anticipaban la aplanadora tecnológica que les iba a pasar encima.

Napster fue un servicio pionero de intercambio de archivos peer-to-peer (P2P) fundado por Shawn Fanning y Sean Parker. Apareció en junio de 1999 y, en ese entonces, fue una verdadera revolución en lo que respecta a la forma en que la gente compartía música. Utilizaba una red descentralizada donde los usuarios podían compartir archivos directamente entre ellos sin la necesidad de servidores centrales; aunque en términos reales, sí se empleaba un servidor centralizado para indexar los archivos disponibles y permitir que los usuarios buscaran música.

Resulta fácil de entender entonces que Napster ganó popularidad de manera vertiginosa. Pero, como casi todo lo divertido (y gratuito), el gusto no duró tanto.

El caso de Napster planteó interrogantes éticas sobre la propiedad intelectual y los derechos de autor en una, aún naciente, era digital. Aunque la plataforma ofrecía a los usuarios acceso a una amplia biblioteca de música de manera conveniente y gratuita, su modelo de negocio se basaba en la violación flagrante de los derechos de los artistas y las empresas discográficas. Esta situación provocó una reacción inmediata por parte de la industria musical porque amenazaba sus modelos de negocio tradicionales, y consecuentemente sus ingresos por ventas de música.

Entre lo malo y lo divertido

El dilema ético se intensificó cuando Napster alcanzó una popularidad masiva en un tiempo récord. Según datos de la revista Rolling Stone, en su apogeo en 2001, Napster contaba con más de 26 millones de usuarios activos, lo que representa una fracción significativa del total de usuarios de Internet en ese momento. Esta rápida adopción ilustra el atractivo irresistible que tenía la idea de acceder a música de forma gratuita para muchos consumidores.

A pesar de su éxito entre los usuarios, Napster se encontró con una serie de obstáculos legales que finalmente llevaron a su cierre en 2001. Las demandas presentadas por las principales discográficas y artistas, incluidos Metallica y Dr. Dre, argumentaban que Napster facilitaba la infracción de derechos de autor al permitir a los usuarios compartir archivos de música sin autorización. Otros, como Tom Petty, se mostraban a favor de que la música fluyera libremente y argumentaron que las empresas disqueras ganan mucho, muchísimo dinero, incluso a costa de los mismos músicos. Petty incluso promovía códigos de descarga en sus conciertos para que cualquiera de los que ya habían comprado su boleto, descargaran en nuevo álbum gratis en sus teléfonos móviles. Entonces, era Blackberry el instrumento más utilizado.

Pero los litigios pusieron de relieve la delicada relación entre la innovación tecnológica y el cumplimiento de la ley, y plantearon importantes preguntas sobre la responsabilidad de las plataformas digitales en la protección de los derechos de propiedad intelectual. El cuento Napster acabó en un par de años.  Y en el proceso de su caída apareció iTunes y, meses después, iPod. Y el golpe a la industria de la música fue irreversible. Pero esta, es otra historia que tiene que ver más con un cambio abrupto del modelo de negocio de la industria musical.

El caso de Napster fue el primer embate para cambiar un mercado que fue un verdadero reinado por muchas décadas y que determinaba un modelo de distribución de contenido musical.  Fue ejemplo de cómo una tecnología innovadora, con el potencial de transformar positivamente un mercado, puede ser eclipsada por consideraciones legales y éticas. Ahora, su legado está marcado por las controversias legales y las lecciones aprendidas sobre los límites de la libertad digital. Y la historia podría repetirse ahora con la IA generativa, lo que muestra que al mercado definitivamente tiene una curiosa “simpatía por el diablo”.

 

 

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